Este texto lo escribí hace unos meses por petición de un profesor, quien nos propuso una redacción de las 10 palabras del español que nosotros considerásemos más hermosas. Nos pidió originalidad, cercanía y sentimiento, por eso decidí dejar atrás las definiciones de diccionario y explicar, o al menos intentarlo, cuáles son esas 10 palabras que más me transmiten.
Una
palabra que inunde tus sentidos, una palabra con la que sientas escalofríos,
con la que tus ojos se abran de par en par y con la que se dibuje la mayor de
tus sonrisas es difícil de encontrar, pero hay tantos millones de palabras que
nos aportan algo personal, único y especial que he decidido comentar palabra a
palabra en este papel.
Quizás
sea la dulzura, la tranquilidad o el afecto lo que ese susurro me transmitió… Fue inevitable que al sentirlo se me
erizasen cada uno de los pelos de mi cuerpo. Quizás ese susurro de su boca,
junto con el susurro de las olas del mar, fue lo que me hizo despertar. Mirase
al lado que mirase, la vista era espléndida. Por un lado, su mirada, su
dulzura, sus labios y al otro lado, el mar, sí, ese mar, ese infinito, infinito como nuestro amor. Lo miro y parece
eterno, que nunca acabará. Se le ve tan lejano que quise comprobarlo, quise
demostrar que no está lejos lo que uno quiere, lo que uno tiene, lo que uno
quiere mantener. Por ello, me levanté, le agarré fuerte de su mano y juntos
fuimos a la orilla, a la que no es tan difícil llegar.
Juntos,
mano con mano, corazón con corazón frente a esa inmensidad, nosotros dos. Somos
seres vulnerables a la vista de
cualquier paseante, a nuestro propio sentir. La inocencia se ha adueñado de
nuestros sentimientos, nos ha infundido un sentimiento, una pasión que nos hace
vulnerables, nos hace débiles porque llegó la despedida. Nuestros cuerpos están
presentes, siguen unidos, pero nuestras mentes piensan en ese adiós, quizás, un
hasta pronto, que nos llena de melancolía.
Es tan divina, tan grande y a la vez, tan triste porque ese recuerdo de bellas
acciones y hermosas palabras que pronto no tendrás, que fue imposible evitar
que una lágrima de mis ojos cayese al
mar. Mi lágrima contenía felicidad por el momento vivido, tristeza por la tan
cercana despedida, ambos sentimientos fundidos en una única lágrima hicieron
que al mezclarse con el mar, se produjera una fuerte tempestad.
Una
revolución, una confusión de sentimientos hizo que el tiempo se volviese frío,
que cayese una fuerte lluvia, un viento veloz que hacía agitarse mi pelo. Esa
tempestad que nació del cielo, y que tenía origen en nuestros corazones, llegó
a provocar rayos y relámpagos, a remover las olas del mar, a que ese susurro
del viento se convirtiese en una voz.
La voz de mi amante que tan dulce, tan sincera, tan expresiva y tan verdadera me
decía: ¡Bonita, no tengas miedo, yo
siempre estaré a tu lado”. Esa voz se me quedó grabada, no solo por su
contenido, sino por el sentimiento y el candor que de ella se desprendió. Ese “bonita” fue dibujado en sus labios con
tanto amor como el de una madre. Es extraño como una palabra puede aportar
según su emisor tan diferente significado, tan raros sentimientos. Mientras de
su boca brotaba un “bonita”, de la mía surgía un suspiro.
Tan
triste fue la despedida, tantos cambios desde entonces llegaron a mi vida, como
es ocasional que en el propio mes de septiembre surjan. Septiembre un mes que da fin a la alegría, al disfrute, al calor
del sol, al amor de verano, un mes diferente, que al igual que todo lo anterior
tiene sus pros y sus contras. Un mes para volver a empezar, un mes en el que
las noches son eternas, en el que velas tus sueños hasta la llegada del crepúsculo. Esa intensidad, esa luz, ese
comienzo que ven tus ojos es comparable a la que en tus sentimientos va
apareciendo. Un sentimiento crepuscular, un nuevo día, un nuevo vivir, una
vuelta hacia el recuerdo.
Este
es el significado de las palabras que en una noche de septiembre, al llegar el crepúsculo,
frente al hermoso susurrar del mar, una voz que me decía “bonita”,
me hizo sentir tan vulnerable que una lágrima aflojó de mi ser y me inundó
tal melancolía que surgió dentro de
mí una inmensa tempestad.